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Aunque la mayoría asume que la guerra es patrimonio del ser humano, no hay ninguna ley natural que impida que otros animales realicen lo que los seres humanos llamamos «actos de guerra».
Un ejército de hormigas
Los conflictos bélicos son más habituales entre los animales sociales. Y son más frecuentes y brutales cuanto mayor cohesión social exista dentro de cada grupo. La pertenencia a una sociedad y la competencia por los recursos respecto a otras sociedades son los ingredientes perfectos para el conflicto. Y si hay un grupo de animales que se caracterice por formar sociedades, es el de las hormigas.
En el continente americano, dos especies de hormigas hacen la guerra. La hormiga de fuego es una de las especies más agresivas de Norteamérica. Extraordinarias arquitectas, si consideramos la arquitectura como la construcción de estructuras empleando su propio cuerpo; destacan por la habilidad de realizar balsas con las que sortear zonas inundadas. Pero una de sus pasiones es la ofensiva contra otra especie de hormiga con la que comparte hábitat: la especie Pheidole dentata.
Para evitar la invasión de los hormigueros, sin embargo, las defensoras tienen ciertas adaptaciones evolutivas. La más destacada es la presencia de dos formas dentro de la casta de las obreras. Una de ellas, más pequeña, es rápida y suele ser la encargada de dar la voz de alarma que induce el reclutamiento de las tropas. La alarma se basa en una feromona volátil. La presencia de una sola hormiga de fuego es suficiente para que el hormiguero de Pheidole comience a defenderse.
Sin embargo, es la segunda forma de obrera, la más grande, la hormiga soldado, la que lleva la fuerza de la defensa.
Suricatas y la danza de la guerra
Cuando los mamíferos son sociales, y sus comunidades están bien cohesionadas, son comunes los conflictos con las comunidades vecinas por el territorio o por los recursos. Ese es el caso de los suricatas , animales en los que cuando dos grupos se encuentran, prácticamente siempre muestran hostilidad.
En el entorno semidesértico del Kalahari, los grupos de suricatas se ven fácilmente desde la distancia, y eso ayuda a que, en caso de que comience un conflicto, un grupo evite a otro antes de que suceda una escalada de violencia incontrolable, algo que sucede pocas veces. Normalmente, un grupo solo se retira cuando está en clara inferioridad.
Cuando el conflicto va a más, parte de la escalada de violencia se observa como una especie de danza de la guerra. En ella, los suricatas, todos juntos, yerguen su cola e hinchan su pelaje. El duelo de baile se mantiene mientras los animales de ambos bandos se acercan.
Los emús guerrilleros
Quizá se trate de uno de los ejemplos más surrealistas de animales de dos especies distintas entrando en guerra. Una guerra un tanto desigual, pues solo uno de los combatientes atacó; el otro se limitó a huir y defenderse.
Por un lado, los emús, de complicado nombre científico Dromaius novaehollandiae, y, por otro lado, tal vez la especie más beligerante de todas: Homo sapiens.
Concretamente, la Real Artillería Australiana. La fecha, finales de 1932. Y el emú no es un animal agresivo, pero el ser humano sí lo es.
Pero vayamos a los antecedentes de este conflicto. Es 1929, acababa de iniciarse la Gran Depresión, en Australia Occidental una gran cantidad de colonos, exsoldados de la Primera Guerra Mundial, recondujeron su carrera al cultivo de trigo bajo la promesa de generosos subsidios. Poco tiempo después, la ruina arrasó la zona; los subsidios nunca llegaron y la sequía asoló los campos ayudada por las plagas de conejos.
Y todo se complicó con la llegada de 20 000 emús, que además de arrasar con las ya maltrechas cosechas, derribaban las barreras que levantaban los agricultores para evitar la entrada de los conejos.
Como buenos soldados, los colonos conocían la eficacia de las armas, y solicitaron al gobierno australiano que movilizara las tropas. No solo lo hicieron, sino que con fines propagandísticos, llevaron a un cinematógrafo de la Fox Movietone.
En el conflicto bélico comenzado el 2 de noviembre, apenas consiguieron abatir un puñado de aves. Los soldados no conseguían acercarse lo suficiente, y las armas apenas tenían alcance. En menos de una semana, habían gastado el 25 % de la munición asignada para abatir apenas a 200 emús. Pero no era el único problema. Cada vez que abrían fuego, las aves echaban a correr en todas las direcciones, pisoteando los campos de cultivo y causando aún más pérdidas económicas.
Si tuviéramos una división militar con las capacidades de estas aves, se enfrentaría a cualquier ejército del mundo.
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