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El 21 de septiembre de 1955, un helicóptero de la Marina Británica aterrizó en un minúsculo islote en mitad del Océano Atlántico Norte y depositó allí a tres militares y un científico, que procedieron a izar una Union Flag y a fijar con cemento una placa según la cual  tomaban posesión del lugar en nombre de Su Majestad La Reina Isabel II. El tamaño de la isla donde habían aterrizado superaba por poco el de una pista de baloncesto. 31 metros de largo por 25 de ancho, y era notablemente escarpado; en su punto más alto alcanzaba los 21 metros. La tierra habitada más cercana estaba en las costas de las Hébridas Exteriores, a más de 350 kilómetros de distancia. En definitiva, el lugar era un peñasco en mitad de la nada oceánica. ¿Para qué demonios quería el Reino Unido una roca enorme completamente aislada? Esta es la historia de Rockall, la piedra donde termina Europa.

 

Rockall1

 

Pese a que hay referencias escritas al peñasco al menos desde el siglo XVI, el primer desembarco conocido en Rockall no se produjo hasta principios del siglo XIX, y los encargados de llevarlo a cabo fueron los tripulantes del HMS Endymion. No fue una expedición cuidadosamente planeada. Según las memorias de Basil Hall, uno de los tipos que desembarcó en el islote,

 

A falta de algo mejor que hacer, decidimos realizar una expedición para explorar este pequeño islote. Dos botes fueron adecuadamente equipados para la ocasión: los artistas prepararon sus cuadernos de bocetos y los geólogos sus martillos para un gran día de trabajo científico de campo

 

Tampoco es que la expedición fuera un exitazo científico, ciertamente. La isla es un yermo donde podría crecer algo si no estuviera cubierta de cagadas de gaviota y que durante el invierno se ve azotado por olas de veinte metros de alto que arrasan su superficie.

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