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Soy española y trabajo como directora de investigación para el Centre National de la Recherche Scientifique CNRS). Vine a Francia en enero de 1995 y, salvo por un periodo de retorno de apenas dos años a una universidad española que me desalentó por su nivel de endogamia, he desarrollado desde entonces mi actividad investigadora en este país, donde actualmente dirijo un grupo de investigación en la Unité d'Ecologie, Systématique et Evolution de la Université Paris-Sud. Hace unos días recibí un mensaje de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología FECYT). En él, leí: “Me pongo en contacto contigo porque desde FECYT queremos poner en valor la ciencia española que se hace más allá de nuestras fronteras y reconocer así vuestros resultados científicos, en tu caso concreto, en Francia”. El mensaje seguía diciendo que, además, querían fomentar el establecimiento de redes de científicos españoles en el extranjero y me invitaban a participar en la divulgación de la ciencia y el establecimiento de una sociedad basada en la cultura del conocimiento, a facilitar colaboraciones entre los dos países y a ser portavoz de los investigadores españoles en el exterior.

 

Todo esto parece a priori muy loable, aunque confieso que no dejó de sorprenderme un cierto tono entre ingenuo y entrometido. Los científicos españoles en el extranjero somos ya suficientemente mayorcitos como para crear nuestras propias redes sin ayuda de algún burócrata de una administración repentinamente paternalista. De hecho, en el mundo científico éstas ya existen. Nuestra actividad implica hacer accesibles nuestros resultados a través de publicaciones, de comunicaciones en congresos y de internet. También me incomodó del mensaje un cierto regustillo nacionalista. En el mundo científico no hay no debería haber) cabida para los nacionalismos. Las ideas científicas están por encima de las nacionalidades y de los individuos que las producimos. Pero, en fin, quizás era todo con buena intención. Pudiera ser.

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