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Si nos dejásemos llevar por nuestros sentidos y no supiéramos nada de Ciencia o de Historia, nuestra percepción de la realidad resultaría tremendamente engañosa. Para nosotros la mayor parte de las cosas que nos rodean y que damos por ciertas parecerían estáticas… y sin embargo, se mueven. A pesar de esa aparente tranquilidad del suelo firme que pisamos, nos encontramos inmersos en un viaje a gran velocidad mientras la Tierra gira sobre sí misma y al mismo tiempo se traslada en su órbita alrededor del Sol.

Combatir esa apariencia de solidez e inmovilismo de nuestra realidad ha sido el objetivo de numerosas teorías lanzadas por genios como Copérnico, Galileo, Kepler o Newton. Y como parte del precio a pagar por presentar ideas que van contra la percepción y los sentidos, casi todas esas teorías fueron históricamente puestas en duda, atacadas o incluso negadas durante muchos siglos.

Es exactamente lo que le ocurrió a Alfred Wegener cuando en los albores del siglo XX presentó su controvertida teoría de la deriva continental. La idea de que los continentes eran algo así como balsas flotando y moviéndose continuamente no fue aceptada completamente hasta hace apenas medio siglo. El geofísico alemán afirmaba que la litosfera la parte sólida más superficial del planeta) se encontraba flotando sobre una capa más blanda perteneciente al manto de la Tierra.

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