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¿Cuántas veces ha oído alguna de estas frases: «Como porque estoy deprimido» o «Si estoy gordo me deprimo»? Pues parece que esto es un camino en ambos sentidos, en el que la biología del tejido adiposo juega un papel importante en el cerebro y viceversa.
En primer lugar, recordemos qué es la obesidad. Se trata de una enfermedad crónica manifestada por un exceso de grasa , acompañada de un estado inflamatorio. Para explicar esta inflamación primero debemos conocer a sus actores.
El tejido adiposo está formado, en primer lugar, por células llamadas adipocitos.
El tejido adiposo como órgano endocrino
Durante décadas, el tejido adiposo se había considerado como un cojín para proteger los órganos contra traumas y lesiones. También fue considerado un depósito de almacenamiento de grasa.
Pero este concepto cambió cuando, en 1994, Friedman y otros colaboradores descubrieron una molécula llamada leptina. El tejido adiposo se ocupaba de secretarla y era la responsable de la comunicación intercelular.
Inflamación del tejido adiposo y obesidad
Cuando el tejido adiposo crece, aumenta el tamaño de los adipocitos y se altera la secreción de estas adipocinas. Entonces, las células inmunes reaccionan y liberan unas moléculas semejantes a las hormonas. Así, ocurre un complejo diálogo entre estas moléculas. Esto hace que crezcan y se alteren los vasos sanguíneos, necesarios para el crecimiento del tejido adiposo y para establecer intercomunicaciones.
Relación entre el tejido adiposo, obesidad y depresión
Como ya hemos mencionado, desde hace tiempo se sabe que el tejido adiposo se comunica con el cerebro y que es un órgano endocrino que participa en los desórdenes psiquiátricos. Por eso, ahora sabemos que la obesidad y la depresión van de la mano.
Es decir, por un lado, un tejido adiposo inflamado y alterado funcionalmente se describe como un factor de riesgo crítico para la aparición de complicaciones metabólicas asociadas a la obesidad. Y por otro lado, también se ha encontrado inflamación en el tejido adiposo de pacientes con trastornos psiquiátricos.
Aunque todos estos estudios corroboraron que la depresión y la obesidad iban de la mano, un estudio reciente ha demostrado que hay que valorar esta relación en cada rango de edad.
Dicho trabajo ha encontrado que hasta los setenta años es más probable que una persona con obesidad genere depresión. Sin embargo, a partir de los ochenta, sucede a la inversa: la depresión puede desembocar en obesidad.
Así, un índice de masa corporal alto se consideraría un riesgo para la morbilidad y la mortalidad durante los primeros años de la edad adulta.
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