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El truco podría estar en la autosugestión.

En castellano existe una expresión, “engañar al hambre”, que se ajusta perfectamente a una curiosa investigación que ha promovido el centro Rural and Environment Science and Analytical Services del Instituto Rowett, perteneciente a la Universidad de Aberdeen, en Escocia. El experimento consistía en comprobar si existe una especie de “ efecto placebo” para el apetito; es decir, si este depende solo de la ingesta calórica o interviene también la sugestión de nuestra mente.

Los expertos reclutaron a 26 voluntarios y les dieron un contundente desayuno: una tortilla francesa de tres huevos. El truco fue que a la mitad de ellos se les informó que era de cuatro huevos y al resto  que solo había sido elaborada con dos. El seguimiento posterior no dejaba lugar a dudas: aquellos que pensaban que habían comido menos estaban considerablemente más hambrientos después y comieron más pasta a la hora del almuerzo.

El director del estudio, Peter Brown, de la Universidad Hallam Sheffield Inglaterra), ha resumido así sus conclusiones, presentadas recientemente en una conferencia anual de la Sociedad Británica de Psicología: “Trabajos anteriores ya habían demostrado la influencia de las expectativas de las personas en la sensación de hambre o saciedad, y, consecuentemente, en lo que comen después. Nuestra investigación se ha centrado en la ingesta de alimentos sólidos al principio del día y la ingesta calórica a lo largo de las cuatro horas siguientes, el periodo habitual que media entre el desayuno y el almuerzo. Quienes creían que habían comido menos consumieron una cantidad significativamente menor de calorías que el resto durante todo el día”. 

Antes, otros psicólogos ya habían observado, efectivamente, este fenómeno con otro tipo de alimentos: líquidos bebidas) y semisólidos como sopas o cremas).

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