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En el apogeo del siglo XVI, España emergió como una superpotencia global, extendiendo su influencia a través de vastos territorios que se distribuían por todo el globo, desde África hasta América. Sin embargo, este dominio territorial diverso presentaba desafíos significativos para la administración y defensa de sus colonias, especialmente en el Mediterráneo, donde las incursiones otomanas y berberiscas eran una amenaza constante.
En esta época de incertidumbre, una figura se destacó por su temible reputación: Turgut Reis, también conocido como Dragut. Este corsario otomano, pirata y almirante, pasó a la historia por su extrema crueldad y la implacable persecución de los intereses otomanos. No solo asaltaba naves españolas y cristianas, interrumpiendo las rutas comerciales, sino que también llevaba a cabo saqueos en las zonas costeras, esclavizando a los infortunados que cruzaban su camino.
Los conflictos en el Mediterráneo habían alcanzado un punto crítico. Jean de La Valette, general de Malta, obsesionado con la idea de recuperar la ciudad de Tripoli, que había caído bajo el dominio otomano, convenció a Felipe II de España para que enviara una expedición. La flota estaba compuesta por 28 barcos y 50 galeras, y transportaba a 30,000 soldados cristianos. La expedición estaba bajo el mando de Juan de la Cerda y Silva, el cuarto Duque de Medinaceli y Virrey de Sicilia.
Los barcos partieron de Siracusa, en la actual Sicilia, con rumbo a Tripoli. Sin embargo, al llegar a su destino, se encontraron con una defensa enemiga mucho más formidable de lo anticipado. Ante la imposibilidad de ganar la batalla sin el equipo y la artillería adecuada, y sin cañones que respaldaran su asalto, De la Cerda decidió regresar. Parte de las tropas se enviaron a Malta para informar de la situación, mientras que el resto de la flota se refugió en la isla de Yerba (también conocida como Los Gelves) en espera de refuerzos.
En la isla, los soldados cristianos se prepararon como pudieron y construyeron algunas defensas improvisadas en previsión de un posible ataque otomano. No obstante, en cuestión de semanas, la flota otomana encabezada por Pialí Bajá y el comandante Turgut Reis (conocido como Dragut) apareció en el horizonte. El caos y el miedo se apoderaron de las tropas cristianas, que aguardaban la decisión de su comandante. De la Cerda, enfrentado a la elección de luchar o retirarse, optó por la segunda opción cuando los musulmanes ya habían atracado y comenzado una masacre.
Pialí Bajá llevó a cabo una campaña de tres meses contra los españoles, o lo que quedaba de ellos. Aunque algunos generales lograron escapar, cerca de 5,000 hombres liderados por Álvaro de Sande quedaron aislados en una situación desesperada. La mitad de ellos eran soldados, y la otra mitad, humildes marineros. Sin esperanza de recibir ayuda, se rindieron ante los otomanos. Sin embargo, Dragut no tuvo piedad alguna. Decidió que no los tomaría como prisioneros y dio una orden aterradora.
Se ordenó la ejecución de los 5,000 supervivientes, a quienes se les cortó la cabeza. Luego, se procedió a limpiar sus cráneos y huesos. Con el uso de barro, se erigió una torre macabra en la playa utilizando las calaveras de los españoles y adobe. Esta torre, conocida como Burj Al-Rus o "Torre de las Calaveras", se elevaba a más de 10 metros de altura y servía como advertencia siniestra y espeluznante de las consecuencias de futuros intentos de conquista.
Burj Al-Rus permaneció en pie durante casi 300 años, un monumento tétrico que podía verse desde el mar a decenas de kilómetros de distancia. La torre fue finalmente demolida en 1848 por orden del rey de Túnez, quien dio un entierro apropiado a los restos de las víctimas. En su lugar, se erigió un monolito en memoria de los miles de españoles que perecieron de manera atroz en la isla de Djerba.
Por otro lado, Turgut Reis, el hombre detrás de esta masacre, encontró su destino en el asedio otomano de Malta en 1565. Durante el asedio al Fuerte de San Telmo, una herida en el cuello lo llevó a la muerte a la edad de 51 años.
La historia de Burj Al-Rus, la Torre de las Calaveras, continúa siendo un sombrío recordatorio de un capítulo oscuro en la historia del Mediterráneo, un testimonio escalofriante de los horrores de la guerra y la crueldad humana en un tiempo de conflictos y rivalidades feroces.
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