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Frente a ser decapitado con una guillotina, surge un problema propuesto por algunos médicos: la muerte podría no ser inmediata y la cabeza dividida del cuerpo continúa viviendo un cierto tiempo, ya que no está muerta, sino moribunda.

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Es más, se piensa que las personas ejecutadas en la guillotina durante la Revolución Francesa, “disfrutaban” de un tiempo en el que comprobaban cómo los asistentes a la ejecución les vituperaban cuando el verdugo alzaba su cabeza para mostrarla al público… Eran sólo unos segundos, que es el tiempo que tarda el cerebro en perder su aporte sanguíneo.

El fisiólogo Paul Loye 1861–1890), no faltaba a ningún ajusticiamiento capital de guillotina que tuviese lugar en París y a veces también presenciaba algunas ejecuciones de provincias. Llegó a escribir un libro con sus observaciones al que tituló “La mort par décapitation” “Loye: Death by Decapitation”). ).

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En él anotó el hecho de que el procesado, frecuentemente sufría un síncope antes del momento fatal y cuando el verdugo le decapitaba, estaba ya prácticamente muerto. La ansiedad, la angustia o la emoción solía ocasionarles un shock.

Las entrevistas que se realizaron a verdugos confirmaron esta circunstancia. Por ejemplo, Brand, un ejecutor de Berlín, sostenía que de cada diez criminales ejecutados por él, apenas uno llegaba más o menos íntegro al castigo. Los otros estaban ya casi muertos cuando les ponía la mano encima. Eran como una masa sin vida, fuerzas o sensibilidad. Deibler, un ejecutor de París narraba casi lo mismo. El verdadero dolor no lo notaban al ser guillotinados, sino en los momentos anteriores a su muerte. Más bien se trataba de un dolor moral.Continúa aquí.

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