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Returning of Ukrainian women and children from Syrian refugee camp 13

En muchas ocasiones, durante charlas y talleres sobre supervivencia en zonas de conflicto armado, solía poner el ejemplo de la ciudad de Donetsk para intentar explicar cómo se puede pasar de sede de una Eurocopa de fútbol a campo de batalla; cómo su moderno aeropuerto puede convertirse en paisaje de destrucción y ruina difícil de imaginar; cómo la vida ordinaria se desvanece y las cosas más cotidianas como tener agua potable o luz eléctrica se convierten en un lujo.

Desde hace unos días toda Ucrania apenas sobrevive en medio de una guerra que, ahora sí, está siendo retransmitida en vivo y en directo. Las guerras parecían siempre lejanas y se desarrollaban en lugares remotos, en países polvorientos y pobres del tercer mundo.

¿Quién podría haberlo imaginado?

La respuesta correcta es: cualquiera. Cualquiera que sea consciente de la fragilidad de todas las comodidades que nos rodean. Cualquiera que sea capaz de entender que lo que pasa en los rincones perdidos del mundo también puede pasar en nuestro rincón del mundo.

Y aquello que nos parece hoy lo más natural, la electricidad, por ejemplo, puede desaparecer porque un misil disparado desde cientos de kilómetros destruye la central térmica que suministra corriente a toda una región. Internet, tan útil y de la que somos dependientes, desaparece en cuanto alguien utiliza sistemas de guerra electrónica. Sin electricidad no solo desaparece la luz en nuestras casas. Se acaba el dinero, porque los bancos y cajeros automáticos no pueden operar.

¿Cómo sobrevivir en una situación similar a la que se está viviendo en Ucrania?

Esa es la pregunta del millón de dólares pero la clave es atender a las señales. Anticiparse y no esperar a que termine ocurriendo lo que estaba a punto de ocurrir.

Si decidimos quedarnos allí donde el conflicto estalla o bien no hay posibilidad de huir deberíamos haber leído las señales y habernos anticipado al menos para disponer de algunos recursos básicos

  • Una reserva de agua o los medios para obtenerla.
  • Una reserva de alimentos no perecederos y de fácil preparación porque es muy probable que en plena guerra tampoco tengamos los medios habituales para cocinarlos.
  • Una fuente autónoma de energía o calor. Los inviernos sin calefacción son muy duros y una pequeña estufa portátil nos puede servir no solo para mantenernos calientes sino para cocinar o potabilizar agua.
  • Una reserva de aquellos medicamentos que necesitemos y un botiquín de primeros auxilios.
  • Dinero en efectivo u objetos valiosos y fáciles de intercambiar para adquirir aquello que necesitemos.
  • Un sistema de comunicación para mantenernos informados, aunque sólo sea para saber cuándo hay que ir al refugio en caso de bombardeo.

Obviamente esta lista de elementos esenciales puede ampliarse o adaptarse a nuestra capacidad de almacenaje o nuestras necesidades.

Opción 2: Huir y alejarse

Si por el contrario cuando vimos las primeras señales de lo que podía ocurrir decidimos anticiparnos y nuestra respuesta fue el movimiento, la huida, el escape, lo que realmente necesitamos es cubrir nuestras necesidades más básicas, pero de forma que no impida nuestro movimiento.

Por supuesto también necesitaremos agua, comida, medicamentos, ropa de abrigo discreta, comunicación y dinero en efectivo. Y por supuesto un cuchillo. Igual que si nos escondiéramos en un refugio pero limitado a lo que podamos llevar con nosotros, lo que podemos llevar a nuestra espalda. Y nadie puede transportar durante mucho tiempo una mochila que pese más de 10/12 kilogramos.

La movilidad es vida

Cualquiera de estas dos respuestas va a depender en gran medida de las circunstancias concretas que nos rodean, como el desarrollo de la propia guerra, la meteorología o nuestras propias capacidades físicas y psicológicas. Resulta evidente que un anciano no va a poder huir de una zona de conflicto o va a hacerlo a un ritmo tan lento que sus posibilidades son muy reducidas. Del mismo modo escapar a través de la nieve o barro supone un gran esfuerzo y una enorme dificultad. Por supuesto no todo el mundo tiene la capacidad mental para abandonar lo conocido, aunque sea zona de guerra, y escapar a lo desconocido y por supuesto vez iniciada esa huida se requiere una gran fortaleza mental para continuar el camino.

Lo cierto es que a lo largo de la historia y la geografía del mundo, incluso en la actualidad, aquellos grupos de personas que se enfrentan a situaciones extremas siempre han conservar el nomadismo como modo de vida. La movilidad como instrumento de supervivencia.

La opción más dura

Y existe una tercera opción. La más dura, quizás, pero la que estamos viendo en muchos ucranianos y que vimos en muchos armenios hace menos de 2 años. Permanecer en la zona de guerra pero no para esconderse a salvo de las bombas sino para luchar contra el que arroja las bombas. En caso de que hayamos decidido permanecer y luchar conviene tener algo con lo que luchar.

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